El romancero
Se designa con el nombre de Romancero, un conjunto integrado por una gran cantidad de poemas épico-lírico breves, cuyo tema en general es narrativo aunque los hay de diversos contenidos, surgidos en el territorio ibérico aproximadamente a partir del siglo XIV, que por lo general se cantaban acompañandose con el sonido de un instrumento y que esencialmente eran conocidos por su transmisión oral; aunque luego han sido recopilados en diversas épocas, incluso algunos muy recientemente.
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El nombre de romance tiene indudablemente un origen vinculado inicialmente a la lengua utilizada, designada romanz porque derivaba del latín, lengua de los romanos; y en tal calidad era un término adjetivo. La expresión se sustantiva, para servir de denominación a la obra versificada en esa lengua; y así aparece utilizada en el texto escrito antiguo del cantar del Myo Çid de 1307 para designar a la obra misma. En unos versos finales, que claramente no forman parte del relato, sino que son una solicitud del juglar al público o tal vez al contratante de sus servicios en una fiesta o banquete se dice que, habiendo recitado ya el romanz, corresponde que les entreguen el vino y la comida acordada, o esperada como gratificación por su actuación.
Los cantares de gesta, eran inicialmente denominados fablas (hablas) de gesta al mismo tiempo que se les llamaba romanz; pero ulteriormente, al diferenciarse el cantar extenso del breve romance, el término romanz se aplicó exclusivamente a este último.
Con la aparición de la imprenta, la popularidad de los romances pronto llevó a que se publicaran recopilaciones. Se considera que la primera de dichas recopilaciones fue realizada por Martín Nuncio y publicada en Ambères hacia 1550. En el siglo XVII apareció una muy amplia compilación de romances, con el título de Romancero General. En tiempos recientes, ha sido sumamente trascendente la obra recopilatoria efectuada por Ramón Menéndez Pidal.
Si bien la denominación de romances suele aplicarse predominantemente a los de origen español, lo cierto es que cabe considerar que expresiones equivalentes existen en los inicios de la literatura de otros países románicos. En Francia, existen importantes colecciones de cantos antiguos, especialmente la ya mencionada La Chanson de Roland, que relata las guerras contra los invasores árabes, que finalmente fueron detenidos en la batalla de Poitiers.
En Inglaterra y Escocia se conocen antiguas baladas medievales, totalmente comparables a los romances ibéricos; y del mismo modo ocurre en Alemania, el norte de Italia, los países escandinavos y balcánicos. Los temas de esas antiguas obras están por lo general ligados a gestas guerreras medievales, y en cierto modo constituyeron un medio de contar la historia, mantener vivos los ideales de las incipientes nacionalidades y las lealtades hacia las dinastías reales. Los poemas épicos cumplían, en esa forma, una función similar a las de las Escrituras bíblicas, como repositorio de la historia y la cultura y como medio de transmitirla entre las distintas generaciones.
De la misma forma que ulteriormente ocurriera en los territorios platenses y pampeanos con el nacimiento de la poesía gauchesca, a menudo los romances se originaban en facciones partidistas, que ya buscaban alabar como denostar a determinados personajes. Del mismo modo, algunos fragmentos de antiguos relatos extensos, referidos a grandes epopeyas, cobraron vida propia, centraron sus referencias en algunos personajes, o enfocaron específicamente algunos episodios particularmente destacables, tanto en la novela, como en el teatro y la ópera.
Seguramente, no es ajena al mayor desarrollo y permanencia del romancero en la Península ibérica respecto de otros países, la circunstancia de que en ella se haya desarrollado, a lo largo de cinco siglos, la Reconquista de su territorio de manos del invasor moro. Por otra parte, la extensión de esa guerra determinó que no fuera un período continuado de combates; dando lugar a que durante largos lapsos, a pesar de todo, surgieran extensas treguas que dieron lugar a períodos de convivencia fronteriza entre las culturas cristiana y árabe también con los importantes núcleos judíos existentes especialmente en la zona de Andalucía y de Toledo a cuyo relacionamiento a menudo aparecen referencias en el romancero español.
Se trata en su mayor parte de textos de autor anónimo, que como regla general constituyen una emanación de los cantares de gesta, resultante de aquellos fragmentos de ellos que adquirieron cierta autonomía en base a que relataban algún aspecto especialmente atractivo para el público y por lo mismo eran más frecuentemente cantados al tiempo que recibieron un cierto grado de retoque en su aspecto formal.
Un ejemplo claro de la forma en que de un canto de gesta e incluso de otro romance se desprende en forma autónoma un romance, es el caso del romance Afuera, afuera, Rodrigo; (el cual, como en muchos otros casos, no teniendo un título se designa con su primer verso). Desprendido del cantar del cerco de Zamora, el tema central de este romance ya no es toda la cuestión de la sucesión del Rey Fernando I y la ambición de su hijo el Rey Sancho II de apoderarse de la herencia de su hermana la Infanta doña Urraca; sino la situación que se suscita entre ésta y el Cid Campeador enviado a expulsarla de la ciudad de Zamora, donde ambos se criaron juntos, de niños.
En tales condiciones, tanto por su brevedad como porque trataban algún tema de especial arraigo cultural, como por la musicalidad de su versificación, a causa de su frecuente repetición fueron memorizados por los integrantes del público, y pasaron a ser recitados con frecuencia, fuera del ámbito de la actuación de los juglares y a menudo en medio de las circunstancias de la vida cotidiana, con lo que su transmisión oral se hizo tradicional.
Cronológicamente, son expresiones literarias anteriores a algunas de las primeras grandes obras surgidas al producirse la consolidación de esas lenguas romances, que en cierto modo - como ocurre con el Quijote para el castellano y la Divina Comedia para el italiano - representan la maduración total de esas lenguas. Sin embargo, han llegado hasta nosotros en un lenguaje casi equivalente; lo cual probablemente se deba a que los romances han sido recopilados, es decir, reunidos por obra de investigadores de la literatura y la historia literaria; y posiblemente en alguna época hayan sido modificados en su léxico originario, por la propia circunstancia de que al ser conocidos y escritos, ya se habían adaptado a la evolución de la lengua.
El rasgo peculiar del romancero español, como fenómeno cultural, es que permaneció integrado a la cultura popular a pesar de que paulatinamente haya desaparecido el elemento difusor originario los juglares no obstante lo cual los romances mismos continuaron presentes en la memoria colectiva, y siendo repetidos constantemente en reuniones de recreo o en tertulias sociales, o incluso en el ambiente de trabajo en comunidad.
Precisamente esa circunstancia es, seguramente, la que ha dado por resultado que a partir de un texto que pudo tener un autor originario y ser inicialmente repetido con cierto grado de fidelidad; con el transcurso de ese proceso de transmisión oral se hayan producido variantes, deformaciones, intercalaciones diversas, incluso variaciones idiomáticas regionales, de modo que en un importante número de casos, de lo que puede considerarse un mismo romance en cuanto a su tema, han terminado existiendo varias versiones, dependiendo de la región incluso del país y de la época.
En este sentido, Manuel Menéndez Pidal que ha sido el más grande recopilador y comentador de romances y cuya obra Flor nueva de romances viejos es una referencia obligada en el tema relata haber hallado en España, Marruecos y América 164 versiones diferentes del conocido romance de Gerineldo, a pesar de lo cual el contenido del romance en sí conserva su individualidad.
Otro ejemplo curioso de este fenómeno de la deformación del texto, es el referido al romance que trata del incendio de Roma contemplado por el romano Emperador Nerón desde la roca Tarpeya (lo cual encierra un tremendo error, por cuanto la roca Tarpeya corresponde a la ciudad de Esparta de la Grecia antigua). En este caso, un texto que originariamente decía: Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo se ardía, fue transformado en Marinero de Tarpeya....
No deja de ser curiosa, también, la observación que realiza Ramón Menéndez Pidal, en el sentido de que en los diversos pueblos, se repiten algunos los argumentos del romancero tradicional; entre ellos el de la doncella que se viste de soldado y va a la guerra, la mujer adúltera que desconoce a su marido vuelto de la guerra y es muerta por él, o la joven noble que busca a su marido ido a la guerra y lo encuentra justo en el momento en que iba a casarse nuevamente.
Sin duda que, en tal sentido, con un poco de humor podría hacerse un paralelismo de algunas expresiones del romancero con buena parte de las modernas producciones televisivas; en las cuales la hija, abandonada al nacer, busca a su madre o viceversa, pero la tiene siempre muy cerca; la muchacha venida del campo hace bailes nudistas pero es inocente y pura; o la sirvientita resulta ser la hija de su patrón, hermana por lo tanto del joven del que está enamorada, pero que en definitiva resulta que realmente no era hijo del esposo de su madre.
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Origen de los romances
Se estima que los romances se iniciaron como cantos juglarescos en el siglo XIII. En su contemporaneidad con los cantares de gesta y en gran medida originados en ellos, de todos modos adquirieron autonomía literaria a su respecto.
Mientras los cantares de gesta tienen estructuralmente una índole novelesca en el sentido de que son relatos bastante extensos, que refieren una sucesión de hechos generalmente encadenados entre sí y en que aparece una diversidad de personajes unos con mayor protagonismo que otros; los romances tienen una estructura poética y frecuentemente lírica, y se concretan a un único episodio de hecho, más que nada como elemento determinante de una situación emocional o espiritual, aunque pueda ser de carácter épico como generalmente lo es.
En el cantar de gesta, el interés está principalmente referido al tema general de que tratan demorándose a veces es extensas descripciones y se dirige a crear una espectativa acerca de la suerte final de sus personajes principales, refiriendo la sucesión de sus aventuras, suscitando situaciones en las cuales lo que finalmente importa es su desenlace.
El romance, en cambio, tiene una intensa concentración poética y aún cuando en algunos casos como por ejemplo el romance del Rey don Rodrigo que perdió su reino ante los moros se fundamente en un hecho, el acento no está puesto en el episodio de hecho sino en su repercusión emocional y espiritual. En ese romance, el episodio de la batalla y la derrota es apenas una referencia que establece el marco al estado anímico del Rey que se lamenta: Ayer era Rey de España hoy no lo soy de una villa.
En realidad, los romances tradicionales se conservaron por siglos fundamentalmente a través de su transmisión oral hasta que, con la aparición de la imprenta fines del siglo XV y principios del siglo XVI fueron recogidos en forma escrita. Pero continuaron transmitiéndose en forma oral prácticamente hasta los tiempos actuales; no solamente en España sino en muchos sitios de América e incluso en las regiones latinas de los Balcanes. Se ha constatado, asimismo, que comunidades judías serfadíes, que fueran expulsadas de España en 1492 y se trasladaron a las regiones de la turca Constantinopla o de la Grecia del sur, conservando la lengua castellana, mantuvieron la tradición romancesca de una manera extraordinariamente fiel a sus orígenes.
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Estructura formal de los romances
Característica común a los romances, es la de estar construídos en verso, sin división estrófica sino conformados por una tirada de variable extensión; siendo los versos octosílabos (a veces heptasílabos); rimados en forma asonante los versos pares, y quedando libres los impares. Esta estructura responde fundamentalmente a la ruptura en dos versos de la unidad inicial de los versos alejandrinos de 16 sílabas que coexistieron ampliamente con los de 14 sílabas y de allí que la rima asonante resulte alternada en los versos pares; aunque en los romances más viejos la rima también es consonante.
El verso octosílabo, empleado en estas expresiones llamadas de arte menor, es más apropiado para expresar ideas y conceptos más precisos que los versos más extensos; y hacerlo en un modo más tajante. La rima asonante alternada, introduce un nuevo componente rítmico, adicional al generado por el juego de las acentuaciones internas del verso mismo.
Esa ruptura en hemistiquios octosílabos de los antiguos alejandrinos, indudablemente es adecuada no solamente a una forma más fluída y rítmica del recitado, sino que también facilita la memorización. Al mismo tiempo, conduce a una concentración expresiva, en que se expone un suceso en dos o tres versos; del mismo modo que admite el empleo de refranes o repeticiones fragmentos de uno o dos versos que se repiten en forma rítmica que habilita a poner énfasis repetitivo en un detalle determinado, que así adquiere un mayor realce o una importancia primordial, al tiempo que el conjunto recibe un especial efecto de musicalidad.
Otro elemento formal característico de los romances, es el estilo frecuentemente dialogado; en el cual a veces el diálogo tiene lugar efectivamente entre varios personajes, en tanto que en otras ocasiones está implícito en la medida en que el romance presenta la expresión de una única persona, pero la cual se dirige a un interlocutor determinado, aunque éste no hable.
Esa misma circunstancia así como el hecho de que frecuentemente se trataba de un fragmento directamente extraído de un texto mayor hace que en muchos casos el romance tenga un comienzo abrupto, entrando al tema de manera un tanto sorpresiva, sin referir antecedentes del personaje y a menudo sin siquiera nombrarlo, lo cual en parte se explica también porque esa información ya era conocida y notoria para el público.
Directamente vinculada a ello, está la otra característica que suele darse en los romances, de que en cierta forma el romance resulta tener un final trunco; porque en realidad, el centro de su finalidad no consistía en el relato del hecho, sino en exponer una muy precisa situación emocional.
Las descripciones abundan en los romances; pero se caracterizan porque no solamente son breves, estrictamente funcionales al resto del objeto del romance. Y también, porque al tiempo que siguen un estilo enumerativo aludiendo sucesivamente a algunos detalles del objeto descripto (la boca, los ojos, etc.), los describen mediante comparaciones de tipo lírico, metafórico, alusivas a otros objetos que, por la cualidad que se les asigna como propia, exaltan por lo general el objeto comparado, el marfil, el oro, la plata, el rubí, la seda, etc.
Otro rasgo característico de los romances, se refiere al tiempo cronológico. Si bien resulta siempre obvio que los sucesos a que hacen referencia son pasados, el romance casi siempre los expone en tiempo presente; lo cual, indudablemente, acentuaba el impacto no solamente evocativo sino sobre todo emocional, considerando que casi siempre los hechos aunque pasados eran relativamente recientes y se vinculaban por lo menos en la época romancesca a situaciones que mantenían su vigencia, como las guerras de la Reconquista o los aspectos de relacionamiento social aludidos. En otros casos, los verbos activos son conjugados en pretérito indefinido, lo que asimismo da continuidad y permanencia a la acción.
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