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          L I T E R A T U R A

La Tragedia del Dr. Fausto
de Johann Wolfgang Goethe


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Antecedentes: - El “mito” del Dr. Faustus | Apreciación general
Argumento de la obra | Análisis literario | Prólogo - En el cielo
Los monólogos de Fausto | Primer monólogo de Fausto
Segundo monólogo de Fausto | Tercer monólogo de Fausto


Antecedentes - El “mito” del Dr. Faustus


A pesar de que Fausto ha pasado actualmente a ser el nombre de algunas personas, originariamente era un apellido. Para la que sin duda constituye su obra más importante - y una de las creaciones literarias más trascendentales de la cultura occidental - Goethe se inspiró en un personaje real, llamado Jörg Faustus o Johannes Faust. Según diversas fuentes, se trató de un individuo que habría vivido en Alemania a caballo de los Siglos XV y XVI, en Würtenberg hacia 1480; y que se jactaba de haber vendido su alma al diablo.

Al parecer, fue uno de tantos charlatanes de feria, que iban de ciudad en ciudad presumiendo ser astrólogos, y tener poderes sobrenaturales que les habilitaban a leer el futuro y realizar similares supercherías. Sin embargo, de alguna forma su nombre se incorporó a la cultura popular, se convirtió en personaje de cuentos y leyendas populares; y hasta llegó a ser mencionado por el reformista religioso Martín Lutero en su obra “Conversaciones en la mesa” como poseedor de poderes diabólicos.

En 1587, un librero de Frankfürt, Johann Spiess, publicó una recopilación de las leyendas acerca de este personaje, bajo el título “Historia de Fausten”; antecedente que ha pasado a ser conocido como el Fausto de Spiess. Esta obra, incorporó la leyenda de Fausto al folklore popular alemán, como la historia del hombre que pactó con el diablo, entregándole su alma a cambio de la eterna juventud y la posesión de la sabiduría total.

El tema reapareció en 1588, en un libro escrito por Marlowe, “La trágica historia del Dr. Fausto”; obra en la cual, en la misma forma que en la anterior versión de Spiess, Fausto se encuentra obsesionado por el ansia de obtener el poder supremo de la sabiduría, y si bien advierte la soberbia que encierra su ambición, se arrepiente cuando ya es demasiado tarde para alcanzar la salvación de su alma.

La anécdota de Fausto, constituyó el motivo central de un ensayo de Gotthold Lessing - a quien cabe asignar la condición de creador de la crítica y el análisis literario - quien escribió un artículo en una revista literaria que se publicaba en la época en que Goethe frecuentaba los círculos intelectuales de Estrasburgo, sosteniendo que Fausto podría ser redimido en base a la sinceridad de su arrepentimiento y a la nobleza de su objetivo de perseguir la sabiduría.

Todo indica que fue este artículo el punto de partida de la idea de Goethe de escribir una tragedia dramática, siguiendo el modelo de las de Shakespeare que tanto admiraba. También se afirma que en 1768 Goethe asistió a una representación teatral de una versión modificada de la obra de Marlowe, que despertó su interés por el tema.

Goethe comenzó hacia 1772 a trabajar en la elaboración de lo que finalmente fuera la primera parte de su "Fausto"; aunque en realidad no fue publicado hasta el año 1808. El 14 de enero de 1772 en Frankfürt tuvo lugar la ejecución de Susanna Margaretha Brandt, bajo la acusación de haber asesinado a un hijo ilegítimo; lo cual parece ser inspiración del personaje femenino de Margarita.

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Apreciación general


La tragedia de Fausto es la tragedia de una época en que los seres humanos han llegado a confiar en el poder omnímodo de la ciencia, creyendo que por medio de ella habrá de alcanzar el conocimiento de todas las leyes de la Naturaleza, que podrán dominar las fuerzas de la Naturaleza, descubrir y servirse de todas las reglas que rigen el mundo y la Creación.

De lo que se trata, entonces, es de marcar los límites al poder del hombre y de la ciencia. En ese sentido, el mensaje es profundamente filosófico y religioso a la vez. Una vez más, se procura destacar que las potencialidades de la racionalidad, no bastan por sí solas para habilitar al hombre a vivir en concordancia con las reglas divinas, con las reglas morales, con los imperativos de los impulsos espirituales; y poner de manifiesto que incurrir en la convicción de lo contrario es caer en una soberbia que solamente permitirá al hombre, a la poster, advertir su propia pequeñez frente a la grandeza de la Naturaleza y la Creación.

En este sentido, es visible la total afinidad con los conceptos y postulados fundamentales sustentados por el “Sturm und Drang”; en particular el cuestionamiento del racionalismo y la inclinación mística.

Fausto es médico, al igual que lo había sido su padre. Ejemplifica, en consecuencia, al individuo que ha volcado toda su fé en la ciencia; aunque luego, otros momentos de la tragedia, pondrán en evidencia que no tuvo escrúpulos en recurrir a procedimientos nada científicos, valiéndose de artificios mágicos, incursionando en los misterios del oscurantismo, de lo cual no estaba totalmente desligada la inclinación científica en su época.

Su obsesión por investigar y adquirir todo el conocimiento, lo ha alejado del mundo y de la sociedad. Habita una vieja casa gótica, pasa todo su tiempo en un gabinete de estudio, cubierto de estanterías llenas de antiguos libros, donde también se encuentran instrumentos de experimentación química con todo tipo de sustancias. Su única compañía es Wagner, quien es a la vez su discípulo y asistente, y compensa las enseñanzas que recibe fungiendo como su criado.

Fausto es presa de la angustia y la frustación provocada por el fracaso de sus intentos de alcanzar la máxima sabiduría. No ha logrado penetrar hasta la esencia misma; y, entretanto tampoco ha logrado el reconocimiento de sus semejantes hacia su talento, ni las riquezas materiales que otros inferiores a él han cosechado.

No encuentra sentido alguno a su vida y a sus esfuerzos. Oscila su ánimo entre la euforia y la depresión. No bien convoca exitosamente a un espíritu que le revelará la esencia del saber y de la vida, éste lo rechaza despectivamente y se aleja. Se inclina al suicidio, y en el último momento es rescatado por los cánticos angelicales que alaban la resurrección de Jesucristo. Recupera en cierto grado el aprecio hacia la vida, sólo para encontrarse con Mefistófeles, que volverá a tentarle y a conducirlo por la senda del mal.

Fausto no se amilana por la propuesta del Maligno. Su personalidad espiritual ya había sido suficientemente expuesta, dominada por la obsesión de sí mismo, por una ambición individualista de ser él la expresión máxima del saber, el que superara a todos los otros ejemplares del género humano. Ya había declarado antes, que no sentía temor por el Infierno, si ése era el precio de alcanzar el conocimiento supremo.

En definitiva, la tragedia de Fausto es la soberbia del hombre, de querer igualar a Dios; la ambición del hombre que, por medio del culto irrestricto de la ciencia, pretende convertirse él en el árbitro último de todos los elementos de la Creación, y el riesgo que con ello afrontará de perderse definitivamente, de entregar en tal empresa lo más esencial de si mismo, su alma. Seguramente, no faltan en ello elementos para que se perciba el sentido universal y permanente de ese mensaje.

El reto de Mefistófeles a Fausto, remeda la historia inicial de Adán; la manzana que la serpiente - bajo cuya forma se presentara el Maligno - le ofrece, es ahora la Ciencia.

La ambición insaciable del hombre, falto de aquella humildad ante la Creación que en el prólogo expondrá el Arcángel Rafael, tanto se manifiesta frente a su sed de conocimientos, como respecto de los placeres sensuales. En ese sentido, Fausto es un ejemplar típico del Sturm und Drang, cede facilmente al impulso de los instintos y se deja llevar irreflexivamente por sus pasiones. Enfrentado a la pasión del amor, ella nubla totalmente su entendimiento; cae en todo tipo de acciones reprobables con tal de lograr su objetivo de seducir a Margarita, aprovechando la superioridad de su intelecto frente a su inocencia y a su ingenuidad.

Moralmente, la figura de Fausto no resulta muy valorable. En el principio de la obra, a pesar de sus conocimientos científicos como médico, declara que no es su objetivo aliviar los sufrimientos de sus semejantes; sino que está dominado por la búsqueda de la fama emergente de ser el máximo y por la ambición de ser el primero en alcanzar el conocimiento de lo esencial. Cuando se propone conquistar a Margarita, se vale de todos los medios; y cuando la ha conquistado y ella se encuentra embarazada, se enfrenta con su hermano, lo mata, y la abandona en la forma más cruel e inescrupulosa.

Pero la personalidad de Fausto es contínuamente oscilante entre el Bien y el Mal; de modo que posteriormente se arrepiente y se esfuerza por rescatarla. Esa duplicidad de conductas, todas ellas de dimensiones trágicas, parecería que constituyen el modo con que Goethe procura evidenciar que en el hombre no existen en forma absoluta ni la bondad, ni la maldad; sino que la personalidad humana es compleja, variable, como luego lo sustentaron recurriendo incluso a ejemplificar en base a sus personajes, los primeros investigadores de la psicología y la personalidad, sus compatriotas Freud y Jung.

Desde el punto de vista teológico y ético, la tragedia de Fausto es la tragedia del hombre en su vida; su permanente incertidumbre respecto del Bien y del Mal. Pero en definitiva, imparte el mensaje optimista de la religión, en cuanto su alma alcanza la definitiva salvación a pesar de todos sus errores, por la vía del arrepentimiento sincero y del triunfo esencial y final del Bien.

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Argumento de la obra


El Fausto de Goethe, es un médico; es decir, un individuo dedicado a la ciencia. Está obsesionado por la búsqueda del supremo conocimiento, pero al no lograr adquirirlo, se siente dominado por la frustración.

La situación de Fausto suscita un desafío entre Dios y Mefistófeles. En lo alto de los cielos, Mefistófeles se vanagloria de su capacidad para captar el alma de Fausto, desviándolo de Dios; y éste lo desafía a que intente conseguirlo.

En su gabinete, Fausto se siente presa del abatimiento por no haber logrado ninguna de sus aspiraciones. No ha logrado la fama, y tampoco ha alcanzado el supremo conocimiento; por lo cual, acudiendo a prácticas mágicas, invoca a un espíritu; el cual, en vez de disponerse a acceder a sus pretensiones, le expone su desprecio a causa de su soberbia.

El el paroxismo de su abatimiento, Fausto tropieza con un veneno y decide suicidarse como medio de alcanzar los poderes divinos; pero es Pascua y un coro de ángeles que canta la resurrección de Jesús le devuelve el aprecio por la vida.

Fausto sale a presenciar las fiestas de Pascua, y encuentra un perro negro que lleva a su casa. El perro era en verdad un disfraz que había adoptado Mefistófeles para lograr acercarse a él, y ofrecerle un pacto. Propone a Fausto el goce de los halagos y placeres de la vida, de que ha carecido hasta entonces, a cambio de que le entregue su alma. Fausto acepta y sella el pacto con su sangre.

Mediante una capa mágica, Mefistófeles conduce a Fausto en un viaje por diversos lugares. Llegan a una taberna en Auerbach, Leipzig; donde Fausto desdeña los placeres derivados de la embriaguez. Mefisto conduce entonces a Fausto a la cueva de una hechicera, que le administra una pócima del amor.

Fausto se encuentra entonces con Margarita, y se enamora de ella locamente. Margarita era una joven humilde, plena de bondad y de ingenuidad; pero luego de diversos artilugios de que se vale Mefisto para tentarla con joyas y halagos, y ponerla al alcance de Fausto, ella es seducida y cede a sus requerimientos.

Aparece más tarde el hermano de Margarita, un soldado que reprocha a Fausto la deshonra de su hermana. Con la ayuda de Mefisto, Fausto pelea con el hermano de su amante y lo mata. Margarita es abandonada por Fausto, que en compañía de Mefisto se dirige a presenciar la fiesta de la Noche de Brujas, en el monte Walpurgis, donde numerosos monstruos cantan, bailan y ríen.

Fausto, hastiado de todo ello, conmina a Mefisto a que le informe acerca de la suerte de Margarita; y se entera de que ella, embarazada, se encuentra en la cárcel, condenada a muerte por haber asesinado a su hijo ilegítimo. Ante ello, Fausto se compadece, siente un enorme dolor, y decide intentar su salvación. Cuando llega junto a ella, Margarita, psíquicamente trastornada, se niega a escapar, y finalmente es ejecutada. Con ello, finaliza la primera parte de la obra.

En la segunda parte, Fausto y Mefistófeles se ven envueltos en una serie de episodios en la Corte del Emperador, de resultas de lo cual Fausto se enamora de un espectro de Helena de Troya; y al intentar alcanzarla, se desvanece y cae gravemente enfermo.

El discípulo de Fausto, Wagner, aplicando misteriosas fórmulas de los alquimistas, ha logrado crear un homúnculo; un hombrecillo en miniatura dotado de excepcional inteligencia. Este homúnculo propone un plan para salvar a Fausto consistente en llevarlo a Grecia, ante las hechiceras de Tesalia.

Fausto se recupera en Grecia, y convive con Helena, con la cual tienen un hijo, Eufurión; pero más tarde Eufurión muere en una batalla, lo que a su vez produce la muerte de Helena.

Finalmente, luego de otras diversas alternativas, Fausto muere; y Mefistófeles se prepara para apropiarse de su alma.

El propósito de Mefistófeles se ve impedido por un grupo de ángeles, que rescatan el alma de Fausto y la transportan al cielo, donde se reúne con el alma de Margarita, que continúa amándolo.

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Análisis literario - I


Fausto es lo que se ha llamado un drama filosófico. Aunque está escrito en formato teatral, su representación escénica resulta de hecho imposible, por su enorme extensión y por los grandes y complejos requisitos escenográficos y de efectos que requeriría.

Su tema central, que es la tragedia de su personaje principal Fausto, es la búsqueda de la verdad y del profundo sentido de la vida; lo que da oportunidad al eje de su argumento, en cuanto Fausto celebra con Mefistófeles un pacto en que trueca su alma a cambio de acceder al conocimiento.

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Prólogo - En el cielo

La obra se inicia con un prólogo, que transcurre en la corte celestial, en el cual participan como personajes e interlocutores, Dios, algunos integrantes de su corte celestial de arcángeles; y también Mefistófeles, el diablo, el ángel maligno.

Mefisto es llamado el “espíritu burlón” para marcar su naturaleza igualmente espiritual y divina; mientras que el calificativo de burlón, en su etimología originaria, significa “el que niega la luz”, es decir, el que niega a Dios.

Este prólogo conforma un verdadero planteo del contenido de la obra, ubica el tema central de índole trágica de que tratará, plantea claramente el objeto filosófico sobre que estará asentado, y en cierto modo anticipa su desenlace.

Al mismo tiempo que expone la cuestión profunda de su argumento, cumple una función también introductoria, descriptiva de los rasgos esenciales de su personaje principal el Dr. Fausto; con lo que hace su presentación en términos que permiten, cuando de inmediato se inicie el trámite de su desenvolvimiento, que quien presencia ese relato tenga una imagen suficientemente ilustrativa de las principales determinantes de la personalidad de ese personaje.

En una primera parte del prólogo, ocupan el centro de la escena sucesivamente tres arcángeles de la corte celestial: Rafael, Gabriel y Miguel. En sus sucesivas intervenciones, se refieren a todos los elementos que constituyen el universo esencial del hombre y de la Tierra en que habita; hacen lo que puede considerarse una presentación inicial de la Creación.

El propio escenario y sus personajes, ya implican situar el contexto de la tragedia en los planos más elevados; y anticipan que el contenido de la obra estará vinculado a grandes cuestiones. Presentar la corte celestial, presupone ubicarse en un ambiente central de las concepciones de la religión cristiana; donde está presente y desde donde contempla al hombre y su mundo, el Ser supremo de la Creación; que obviamente no va a dirigir su atención a cuestiones de menor trascendencia, sino que se ocupará de las cuestiones esenciales de la filosofía.

Pronto se verá, que se trata de la lucha entre el Bien y el Mal, y también del conflicto en que se debate el hombre al respecto, solicitado por su hambre de conocimiento, cegado por la soberbia emanada de una época en que el progreso de la ciencia le ha hecho creer que podrá alcanzar a dominar todo el conocimiento hasta sus más altas y complejas realidades; y arriesgando, en consecuencia, caer en los más profundos abismos del mal al perseguir tales ambiciones.


El arcángel Rafael, hace referencia al Sol, como creación divina. Esta referencia inicial al Sol, fuente de la luz y de alguna manera habilitante del conocimiento de la realidad, se contrapone al título del capítulo inicial de la tragedia: “La Noche”; que corresponde a un fragmento en que Fausto es presentado en una situación en que se encuentra privado del acceso al conocimiento a que aspira.

El nombre Rafael significa “remedio de Dios”, y según la Biblia fue el arcángel que devolvió a Tobías el acceso a la luz, la facultad de la visión; de manera que ello coincide con la misión que asume en el comienzo, de mostrar el significado del Sol en la creación.

Hace un canto de alabanza al Sol, expresando que nadie puede conocer la esencia del Sol, que es una obra sublime e incomprensible. Declara que a él le basta con admirar las obras de Dios, en una actitud admirativa que, por ser “ahora y siempre” marca la característica de su eternidad. Al contrario de lo que será el tema trágico de Fausto, el arcángel nunca se angustiará por no saber, le dará suficiente tranquilidad, simplemente, admirar lo que es perfecto.

Luego habla el arcángel Gabriel, quien canta la belleza de la tierra y el mar. También destaca su perfección, expone los movimientos de la rotación con que se crea la alternancia del día y la noche. De la tierra destaca su belleza: “hermosa tierra”; y del mar su movilidad “de rápidas corrientes”.

El arcángel Miguel, habla del aire, de los vientos y de las tempestades (“las tempestades rugen”). De esta manera, se completa la referencia a los cuatro elementos clásicos de la Creación: el fuego (el sol), la tierra, el agua y el aire.

El mensaje de los tres arcángeles coincide en cada uno de ellos. Consiste en resaltar tres ideas básicas:

  • Primero la perfección de lo creado por Dios, el cual no ha cometido ningún error.

  • Segundo, que la naturaleza sólo debe contemplarse y que no es necesario tratar de comprender su esencia.

  • Tercero, que la eternidad es más bien una suspensión indefinida del tiempo, que una duración ilimitada de él.


De inmediato, habla Mefistófeles, quien supuestamente integra la milicia celestial; pero lo hace de una manera completamente distinta, utilizando la ironía, la burla, y una terminología coloquial, para contradecir los conceptos anteriores. Así, se establece un contrapunto, que anticipa los dos polos entre que habrá de oscilar la tragedia, el Bien y el Mal, la salvación o la perdición del hombre.

La ironía y la burla son instrumentos que emplea Mefistófeles para tratar de captar, mediante la simpatía, "aún a ti que has perdido la capacidad de reír", en su objeto de poner al hombre frente a la tentación. Marca la diferencia de sus intereses con lo que han expresado los anteriores arcángeles, al decir "no sé qué cantar del Sol y de las esferas". No le interesa la perfección de la Naturaleza y de la Creación, sino explorar las imperfecciones del hombre: "yo sólo me ocupo de los malos ratos que se da el género humano".

Por lo tanto, su objetivo es el hombre, al que llama "el diminuto dios del mundo"; porque fue creado a su imagen y semejanza por Dios, y aunque sigue tan original como lo era el día en que fue creado, usa la razón para el mal.

A Mefistófeles le interesa sólo el lado negativo del hombre: "Lo comparo a una de esas cigarras de largas patas, que continuamente vuelan y saltan al tiempo de volar, y repiten sin descanso, entre la hierba, su vieja canción".

Esta comparación despectiva con un insecto que además es considerado inútil, obedece a que, con sus saltos, el hombre aspira a ser superior a los demás seres y a sí mismo; trata de desentrañar los misterios del conocimiento, pretende ser superior a los arcángeles, pero no lo logra.


Al terminar Mefistófeles de hablar, se inicia una segunda parte discernible en el prólogo. El Señor le pregunta "¿Te queda algo que decir? ¿Nada hay en la tierra que tenga algún valor?" y Mefistófeles responde que no.

"Me compadezco de la miserable vida que arrastran los hombres", dice; y con ello, además de exponer su visión pesimista del género humano, introduce asimismo el tema del sufrimiento del hombre, a causa de sus ambiciones desmedidas.

Entonces, el Señor le pregunta si conoce a Fausto, de tal manera que en este personaje va a quedar centrada la tragedia del hombre moderno, su drama por la búsqueda del conocimiento.

Pero, al mismo tiempo, esta referencia permite una descripción inicial e introductoria de los rasgos esenciales del personaje, que constituye su presentación; explicativa de sus actitudes, que facilitará la comprensión. Esta forma de presentación no resultaba necesaria respecto de los restantes personajes; que son menores en importancia, salvo el propio Mefistófeles respecto del cual sus rasgos son obviamente ya conocidos.

Mefistófeles dice que lo conoce. Lo llama el doctor - es decir, el que sabe - “el insensato”, “no se nutre de cosas terrestres”, “la inquietud lo devora”. Lo describe como alguien que no está intelectualmente conforme, un insatisfecho, alguien profundamente agitado. Le asigna, así, los rasgos característicos del Sturm und Drang.

Se instala, entonces, abiertamente la polémica acerca de la condición del hombre y de sus posibilidades de salvación; acerca del papel que corresponde a la razón y a la ciencia en su vida.

El Señor alude a que el hombre puede usar su razón equivocándose, pero se salvará si reconoce su error; obtendrá el perdón de Dios por su misericordia. “No ignora el jardinero, cuando el arbolito echa renuevos, que más tarde se cubrirá de frondosas ramas y soberbios frutos”. Con esta metáfora, el Señor ya anuncia que, al final, Fausto se salvará y logrará triunfar.

Así se prepara el escenario y el gran tema de la tragedia: Dios y Mefistófeles, el Bien y el Mal, contienden acerca del hombre, su inquietud intelectual y su capacidad final de sobreponerse al mal, y lograr la salvación.

Hay un desafío y un pacto entre ambos; ya que todo lo que haga Mefistófeles para perder a Fausto, será para Dios una prueba. Dios sabe que ocurrirá, y asegura la salvación de Fausto; a pesar de lo que haga Mefistófeles para impulsarlo a la acción movido por una aspiración a ser superior, a tratar de emular a Dios, a procurar alcanzar la sabiduría total y suprema.

De esta manera, Mefistófeles se integra al plan divino, porque su poder no podrá superar al de Dios. Mefistófeles podrá llevar a cabo el intento, sólo porque Dios lo utiliza como instrumento para colocar al hombre frente a la tentación del mal, y permitirle así que pueda superarla.

“Mientras viva sobre la tierra, te concedo que pongas en obra tus acechanzas”. Dios desafía a Mefistófeles; pero solamente le concede la oportunidad de tentar a Fausto en tanto viva; luego de su muerte, volverá a quedar en el mundo de Dios, así que Mefistófeles no podrá en definitiva quedarse con el alma de Fausto. Y Mefistófeles concluye con una reflexión admirativa, como si aceptara y fuera consciente de que será derrotado: “De vez en cuando, me gusta hablar con el abuelo”.

De esta manera, parecen existir dos pactos: uno entre Fausto y Mefistófeles, pero antecedido de otro entre Dios y el mismo Mefistófeles. Fausto ignora el primero, y en virtud de ello actúa considerando que su alma pertenece a Mefisto. De esta manera, Goethe concilia la tradición religiosa, pero intenta salirse de la concepción maniqueísta; a pesar de todo, no condena a Fausto a la perdición por el hecho de perseguir el conocimiento.

No parecería lógico, en definitiva, que Goethe abordara el llamado mito de Fausto, dejando totalmente de lado su propia dedicación a la ciencia y a la investigación; en la cual por cierto alcanzó algunos niveles sumamente destacables, que algunos comparan con el de los más reconocidos científicos de su época. En cierto modo, surge un paralelismo entre estos aspectos de la personalidad de Fausto, y los rasgos de la vida del propio Goethe; que en ciertas épocas no dejó de seguir los impulsos pasionales - de acuerdo a lo que era uno de los dictados del Sturm und Drang - pero que no fue ajeno a las reservas éticas y racionales que tal tipo de comportamientos suscita.

Paradojalmente, mirada así, la tragedia de Fausto podría resultar que consistió en no haber sido capaz de apreciar que, la primer consecuencia de la capacidad racional del hombre, ha de ser la de regular su conducta por la reflexión y ajustarse a unas limitaciones éticas que - ya se fundamenten en concepciones religiosas o en la naturaleza misma de la convivencia humana - no pueden ser ignoradas.

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Análisis literario. II - Los monólogos de Fausto


Los monólogos son los elementos que de manera más completa y estructurada describen los elementos sustanciales de la tragedia de Fausto. En ellos, a través de lo que en definitiva son sus íntimas reflexiones, se plantean claramente sus conflictos y sus motivaciones, y se presentan los componentes de su estado espiritual, las grandes inquietudes que conforman su personalidad, los estados de ánimo depresivos que atraviesa, alternados con momentos de euforia, las más profundas preocupaciones por las que navega su intelecto.

Existe, en este sentido, en este aspecto de la obra, un claro paralelismo no solamente con la temática introspectiva de “Werther” - aunque en éste el motivo originario no es la ansiedad del conocimiento sino la pasión amorosa - y una evidente similitud con los momentos más trascendentales del Hamlet, aquellos en que el personaje efectúa una instrospección en que evalúa sus sentimientos, analiza las circunstancias que atraviesa, y eventualmente adopta determinadas conclusiones en su fuero íntimo.

Estos monólogos, en consecuencia, no solamente constituyen un texto sumamente elaborado, en que el autor hace gala de una extraordinaria capacidad de análisis psicológico de los personajes - que hasta han llegado, por eso mismo, en ser tomados como paradigmas tipológicos en el plano de la psicología de la personalidad - sino que son aquellos que exponen de una manera más directa los enfoques filosóficos que constituyen el centro de las cuestiones dramáticas que el autor procura suscitar.


Lo que constituye el desarrollo de la acción de la tragedia en cuanto drama teatral, no está dividido en tres actos como es lo corriente, sino en 24 partes o escenas; alguno de los cuales está escrito en prosa y no en verso. (Hay que notar que, sin duda por dificultades emanadas de la traducción, las versiones en español están totalmente en prosa).

Cada uno de tales capítulos está designado con un nombre, que frecuentemente - aunque no siempre - es alusivo al lugar en que transcurre la acción. En los distintos capítulo o escenas sucesivas, existen variables cambios de tiempo o de lugar; aunque en algunas de ellas - por ejemplo entre aquel en que Fausto encuentra el perro en que se corporizara Mefistófeles y el que inmediatamente ocurre de retorno a su gabinete - existe una continuidad de tiempo.

La división es asimétrica; luego de los primeros 21 capítulos, se inserta un Intermedio o entreacto, denominado "Sueño de la noche de Walpurgis", en el cual participa el director del teatro y una gran cantidad de personajes totalmente ajenos a la tragedia.

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La Noche - Primer monólogo de Fausto

En La Noche pueden distinguirse varias partes, dos de ellas conformadas por extensos monólogos de Fausto y una intermedia en que se produce un diálogo entre Fausto y su asistente Wagner.

La designación del capítulo, en este caso, hace referencia al momento en que transcurre la acción; la cual tiene lugar en el gabinete de Fausto. Existen otros capítulos que también transcurren en ese gabinete y se les designa en referencia al mismo.

El gabinete es un salón de ambiente gótico, según se desprende de varias referencias del texto. Fausto se encuentra solo, sentado frente a un pupitre, sumido en reflexiones introspectivas. Las palabras que pronuncia, en realidad corresponden a sus pensamientos íntimos.

El monólogo, a su vez, puede ser dividido en varias partes.


El monólogo comienza con una queja, “Ay de mí!”, que expresa el sentimiento de autocompasión que lo embarga, al encontrarse reflexionando acerca de su aplicación al estudio de todas las ciencias, sin haber alcanzado a adquirir el conocimiento que a su entender sería el más preciado. "Al presente, soy tan ignorante como si nada hubiese aprendido", exclama.

El conocimiento adquirido — piensa — no le ha permitido alcanzar la verdadera sabiduría; tiene conciencia de su ignorancia de no haberle sido revelados los verdaderos misterios.

Existe en esto una visible similitud con la Divina Comedia, ya que, como Dante, Fausto es ubicado en un momento en que hace balance de su vida; y ese balance, también recuerda al de Sócrates: “sólo sé que nada sé”.

Pero Fausto pretende llegar a saberlo todo, y la frustración a que lo conduce la conciencia de que no es así, lo desespera; para él, es un tormento.

Fausto es consciente de su condición de sabio: “bien es verdad que me titulo maestro”, y menciona que hace 10 años enseña a sus discípulos. Aunque poco más adelante se lamentará de no tener el reconocimiento que cree merecer, lo cierto es que en el siguiente capítulo determinará que reciba el homenaje de toda la multitud, y en un capítulo ulterior irrumpirá inoportunamente en su gabinete un estudiante en busca de sus enseñanzas.

Pero la ignorancia de la que se queja, es la que surge después del conocimiento. Sabe más que todos los otros, pero igualmente siente que ignora lo fundamental; y su obsesión por alcanzar ese conocimiento es tal, que manifiesta que no tendría dudas ni escrúpulos para conseguirlo, premonitoriamente expresa que ni le asustan ni el Infierno ni el Diablo. Se compara con un perro, se lamenta que “tampoco disfruto de placer alguno”, anticipando cierta predisposición a caer en las tentaciones que le ofrecerá Mefistófeles.

Su estado anímico totalmente depresivo lo expresa diciendo que “a ese precio no quisiera la vida”. La influencia shakespereana en Goethe, conduce a evocar la actitud espiritual de Hamlet, que se plantea similar angustia acerca del sentido de su propia existencia.

Fausto aspira a un conocimiento más profundo que la vasta erudición que posee. Conforme con los postulados propuestos por el Sturm und Drang, busca acceder a una ciencia intuitiva, que le explique el misterio profundo de la vida, lo haga penetrar en la esencia de los seres y de las cosas, le revele la estructura más íntima de la Naturaleza.

Quiere asistir y presenciar, el desarrollo de toda clase de fuezas activas, y poseer el secreto de la fecundación; se queja de que debe utilizar un “tráfico de palabras misteriosas a que nos obliga a usar nuestra ignorancia”; lo que recuerda las ideas de Aristóteles acerca de la barrera que representa el lenguaje para llegar a alcanzar el verdadero conocimiento.


En un segundo momento o parte del monólogo, su atención se centra en la luz de la Luna. Es como un paréntesis, antes de volver a sumirse en sus reflexiones principales.

La Luna es un persistente símbolo del romanticismo propio del Sturm und Drang. Ella es personificada como una “amiga cariñosa”. De algún modo, encarna una vida de que Fausto se ha privado para dedicarse al estudio, separándose de las experiencias de la vida de los demás hombres; elemento que Mefistófeles explotará más adelante, y cuya afloración prepara al respecto, evidenciando ese rasgo de insatisfacción de la personalidad de Fausto, propicio a hacerle caer en esa tentación.


El tercer momento o parte del monólogo comienza igualmente con una exclamación de autocompasión, que marca el retorno de su atención hacia su propia situación. Ahora se refiere al salón en que se encuentra, que compara con una prisión, una “tenebrosa muralla en donde sólo penetra la clara luz del día”. Su mundo es la cantidad de libros y papeles sucios que lo rodean, y los antiguos muebles de sus antepasados, lo que parece ser una descripción de la muerte. Vuelve a lamentarse de no disfrutar de las cosas del mundo exterior.

Revela que además de la ciencia, ha intentado la magia. Lee el libro de Nostradamus, y contempla el signo del macrocosmos. Percibe que eso le presenta el espectáculo de la naturaleza, pero también que es sólo un espectáculo, que no le revela su esencia.


En un cuarto momento o parte del monólogo, la contemplación del signo del macrocosmos lo conmueve profundamente, y “hace hervir en mis venas el fuego de la juventud”. Llega a pensar que es un dios, “¿Seré un dios, acaso?” y entonces renace su confianza. El proceso alternante de su estado de ánimo, entre la depresión y cierta euforia, es evidente.

Pero la mera contemplación de la Naturaleza no le satisface; a diferencia de los ángeles del prólogo, quiere penetrar en su esencia. Entonces, aparta el signo del macrocosmos y advierte el signo del espíritu de la tierra.


Esto inicia el quinto momento o parte del monólogo, en que establece un diálogo con el espíritu de la tierra, y siente que él está más cerca de su persona, que le da valor de “soportar los placeres y amarguras terrenales”. Invoca entonces al espíritu de la tierra, en un acto de magia, que revela el poder de Fausto; y parece que por este camino logrará su objetivo de alcanzar el conocimiento.

Pero cuando el espíritu se le aparece, lo envuelve la debilidad y el temor: “¡Al verte desfallezco!” exclama.

La actitud del espíritu resulta inesperada. Lo desprecia por haberlo convocado con tanta energía, y encontrarse asustado cuando se le presenta: “¿Por qué te domina este miserable terror?” le pregunta. Y le pregunta también dónde está aquel que lo invocó con todas sus fuerzas, lo trata de “miserable gusano” que tiembla frente a él.

Herido en su orgullo, Fausto le responde que él es su igual. El espíritu se describe a sí mismo, para demostrarle su superioridad; él está en todas partes, es la vida y la muerte, es el dueño del tiempo que va “tejiendo el manto viviente de la divinidad”.

Fausto pretende que puede asimilarse con él, pero el espíritu pronto lo desmiente, “Tú te asimilas con el espíritu que tenías en la mente”, y desaparece. En esa forma, queda patente la lucha interna de Fausto entre el impulso de una personalidad irracional, propicia a confundir lo universal y trascendente con sus propias ideas; y al mismo tiempo impulsada por el racionalismo de su inclinación científica a no admitir la realidad de sus propias representaciones, los elementos conflictivos inherentes al Sturm und Drang.

Fausto se altera ante lo terminante de la expresión del espíritu, que le marca el carácter de sus propias limitaciones, e invoca a la Muerte: pero ello ocurre precisamente en el momento en que su asistente y criado Wagner llama a su puerta, y entra en la habitación vestido con una bata de dormir, desatando el mal humor de Fausto. Lo que pone término a la primera parte del capítulo.

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La Noche - Segundo monólogo de Fausto


Luego del intermedio suscitado por la aparición del criado Wagner, una vez que éste se retira, el segundo monólogo cierra el capítulo.

Este segundo monólogo fue escrito por Goethe 25 años después de haber escrito el primero; lo que lleva a suponer que Goethe se encontró en una óptima condición para reevaluar el primero de una manera objetiva, y en consecuencia en éste hace algunos comentarios relativos al contenido del primer monólogo, como si hubiese profundizado en el estado psicológico de su personaje.


Hay una primera parte, en que Fausto aparece comprendiéndose a sí mismo, y retoma los temas ya planteados. Toda esta primera parte, tiene un carácter explicativo del estado que atravesara en el monólogo anterior.

Fausto deja de sentirse un dios, y pasa a sentirse humano; aceptando entonces que el insulto que le dirigiera el espíritu de la tierra, “miserable gusano” estaba justificado, porque constata su fracaso.

En la segunda parte de este monólogo, hay un diálogo de Fausto con los objetos que están en su gabinete de trabajo, que da la oportunidad de complementar la descripción del salón gótico efectuada antes, en el primer monólogo.

Así, Fausto detiene su mirada en una calavera, lo cual muy obviamente recuerda la escena en que Hamlet dialoga con la calavera del actor Yorik. Es una escena de desarrollo muy similar hasta en alguno de sus detalles, como el muy obvio de que Fausto cree percibir en ella un gesto de burla, a causa de la forma en que aparecen los dientes: “¿Por qué te ríes, maliciosa?”. Dice, entonces, que cree saber por qué ríe; como si la calavera fueran otros tantos hombres que antes pasaron por lo mismo que Fausto, y piensa que ésta lo mira como diciéndole la verdad de que el verdadero conocimiento se alcanza sólo con la muerte.

Es en este punto que, en alguna forma incitado por la imagen de la calavera, surge en Fausto la idea del suicidio.

Cuando se dirige a los objetos que lo rodean, revela que se trata de instrumental de investigación científica. Antes habría hecho referencia a sus numerosos libros, cuya lectura no le había servido sino para conocer que todos los demás hombres se habían dolido de no haber alcanzado a conocer la verdad. Ahora menciona los cilindros, ruedas, poleas, palancas y tornillos de sus instrumentos; y compara sus componentes con los del mecanismo de una cerradura que encierra los misterios de la naturaleza, que esos instrumentos no le sirvieron para abrir.

Una vez más aflora en él la idea de los placeres perdidos en pos de la persecusión del saber; esos aparatos heredados de su padre no le sirvieron para nada, debió haberlos vendido y utilizar su producto en gozar de los placeres de la vida sensible. Una vez más, se contrapone lo negativo de haber orientado el objetivo de su vida hacia la búsqueda de lo racional, en vez de haberse dejado llevar por la voluptuosidad de lo sensible; que será en definitiva la propuesta que a poco vendrá a ofrecerle Mefistófeles, y que sigue respondiendo claramente a los conceptos del Sturm und Drang.

La angustia de verse frustrado en sus objetivos esenciales, aumenta progresivamente, la ciencia no le ha dado resultado, tampoco la magia, se encuentra desesperado, fracasado, arrependido de haber empleado su vida en ese propósito, no ve delante de sí ningún camino; la calavera le ha movido a pensar que es a través de la muerte que se encuentran las respuestas.

Es claramente visible la similitud de situación y de estado con Hamlet, pero existe un elemento diferencial constituído por la esperanza. En Fausto, en este momento, el suicidio es visto como el camino hacia “un nuevo amanecer”, es decir, una pura acción - tema sobre el que volverá en el tercer monólogo, capítulos después - mientras que Hamlet, con la muerte esperaba encontrar la nada, la anulación del todo.

Cumplido ese proceso anímico extremo de desesperación, un tercer momento de este monólogo se inicia cuando la atención de Fausto recae sobre una redoma, recipiente esférico utilizado en los laboratorios de química.

Existe una similitud con el momento del primer monólogo en que observa el libro de Nostradamus: “¿Por qué se fija mi vista en este sitio? ¿Es acaso esta redoma un imán que atrae mis miradas?” Una vez más, aparecen los elementos propios del romanticismo, especialmente la alusión a la Luna y su luz: “¿Por qué razón me inunda de luz pálida, como la que arroja la Luna al cerrar la noche, al fondo de un solitario bosque?”.

Toma entonces la redoma en sus manos, y su actitud recuerda la de un sacerdote cumpliendo un ritual. La tensión dramática queda centrada en el objeto de la redoma, de cuyo contenido no hay una explicación inmediata, pero las palabras de Fausto, a quien se supone alzándola ante sí, marcan la espectativa de algo importante: “¡Te saludo, redoma que he tomado con respeto! En tí admiro el talento y la ciencia del hombre”.

Seguramente es el contenido de la redoma lo que le inspira ese respeto, y ese elogio a que ese contenido es el resultado del talento y la ciencia humana. Entonces, se revela que contiene un líquido que mata, “compuesto de jugos que procura el descanso eterno”. Tener el veneno a su disposición, le despierta un nuevo entusiasmo, al mirarlo, en momentos en que despunta el alba, exclama “¡Un nuevo día me atrae hacia nuevas playas!”

Encuentra que la muerte le abre un camino, que requiere determinación y valor; inspira miedo, encierra un riesgo: que no haya nada después de la muerte. Nuevamente, le asalta la duda y la indefinición. Pero equipara el gesto supremo de atravesar la puerta “que nadie pasa sino estremeciéndose” - nuevamente el impacto emocional - con un acto humano que iguala la grandeza de los dioses; una vez más, lo domina la soberbia de querer alcanzar la condición de la divinidad.

Existe una morosidad. Como en un ritual religioso, Fausto demora en cumplir el acto de ingerir el veneno. Trata de disipar sus dudas con la espectativa de que la muerte le permita alcanzar sus ambiciones: “Me abriré un nuevo camino a las regiones de la actividad pura”; pero también percibe con cierta añoranza que perderá definitivamente la calidez de la vida: “debes volver la espalda al dulce Sol de la Tierra”, “dulce Sol” que evoca todo lo que implica la calidez y la afectividad de la vida.

La ritualidad del momento lo conduce a dialogar con la copa que recoge para verter en ella el veneno, describiéndola no sólo en su aspecto físico de límpida copa de cristal; sino en lo que ella representa para él. La copa le atrae hacia el recuerdo de su juventud, “en otra época relucías en las fiestas de mis abuelos”. En el momento supremo en que se apresta a enfrentar la muerte, le asalta el recuerdo de un pasado feliz, cuando participaba en un festín con mucha gente a su alrededor y era motivo de diversión tratar de interpretar el significado de los relieves que adornan la copa; y ahora se encuentra absolutamente solo.

En el momento en que Fausto procura finalmente decidirse a beber el veneno, tratando de superar el último momento de duda que le provocara la vista de la copa y el recuerdo de su pasada juventud, despunta el alba y un coro de ángeles comienza a cantar una canción alusiva a la resurrección de Cristo, porque es el primer día de Pascua.

La tensión dramática de la escena fue desenvolviéndose hasta llegar al último instante anterior al momento sin retorno; pero la salvación de Cristo representa la salvación de Fausto. La nostalgia de la felicidad pasada le ha impedido dar el último paso hacia la muerte.

Las últimas palabras del monólogo son "La Tierra me ha reconquistado"; lo que marca por una parte el triunfo de los componentes afectivos del alma frente a la frustración a que lo había conducido la preeminencia del intelecto; pero también puede tomarse como un anuncio de que el desenlace final de la tragedia igualmente lo constituirá la salvación de Fausto, a pesar de todos los esfuerzos que hará Mefistófeles para perderlo.

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Gabinete de Estudio - Tercer monólogo de Fausto


El tercer monólogo de Fausto es sumamente breve. Luego de haber salido con su asistente y criado a participar en las festividades de la Pascua y haber encontrado el negro perro de aguas cuya forma adoptara Mefistófeles para acercarse a él — que ha llevado consigo — durante el segundo capětulo; en la iniciación del tercero Fausto entra nuevamente en su gabinete acompañado del perro.

La angustia de perseguir el conocimiento reaparece de inmediato. Una vez más, el monólogo comienza con una exclamación de autocompasión; y se lamenta de que, a pesar de todo lo que lo ha intentado al salir a participar de las festividades de Pascua, vuelve a sentirse insatisfecho.

Lo acucia una vez más el ansia de saber, y, en una actitud mística, acude al Nuevo Testamento: “amamos las cosas celestiales y aspiramos a la revelación que en ninguna parte brilla con tanta pureza y magestad”.

Incidentalmente, aparece otro rasgo del Sturm und Drang — el nacionalismo idiomático — al aludir a que el libro que contiene esa suprema revelación está implícitamente escrito en latín, y se propone traducirlo al alemán, “mi lengua materna”.

Lee una frase del Evangelio de San Juan: “En el principio era el Verbo; y de inmediato reacciona. Abocado a tratar de dar un sentido preciso, en alemán, a la expresión latina; enfrenta una disyuntiva que en modo alguno es realmente idiomática, sino que trasunta la gran cuestión filosófica acerca del primero de los principios.

Examina una primera alternativa: “En el principio era el Espíritu; pero se cuestiona si realmente ha sido el Espíritu el que ha dispuesto el orden del Universo y de la Naturaleza.

Entonces analiza “En el principio era la Fuerza; pero rapidamente la deja de lado, y resueltamente adopta En el principio era la Acción.

Con esta expresión, queda marcada la actitud espiritual de Fausto, que habrá de ser propicia a la propuesta de Mefistófeles: él lo impulsará a la acción, a adoptar una conducta que representa la actitud vital del hombre, dejándose llevar por los impulsos del hacer, en vez de atenerse a las actitudes más cautas correspondientes a quien prioriza “el Verbo” - es decir, la exposición conceptual - o “el Espíritu”, que significa la elevación mística.

Frente al clima reinante en el ambiente solitario y sosegado del gabinete de Fausto, en adelante predominará una secuencialidad de hecho, con sus necesarias consecuencias para Fausto como para los demás que con él se relacionen.

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