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Los sofistas y Sócrates.


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Los sofistas | Protógoras de Abdera | Gorgias de Leontinos | Lectura recomendada - 1
Sócrates | El método socrático | La doctrina de Sócrates | La virtud en Sócrates
Los dioses y los hombres | El proceso a Sócrates | Lectura recomendada - 2


Los sofistas.

Luego de las Guerras Médicas, que enfrentaron a las ciudades y colonias griegas con los medos y los persas, hacia el Siglo V A.C. varias de esas ciudades adoptaron el sistema político de la “polis”, el de la democracia; que significaba reconocer a todos los ciudadanos libres no ya la posibilidad sino hasta la obligación de participar en el gobierno.

Ese sistema - unido a la prosperidad que en general alcanzaron varias ciudades - produjo un verdadero auge de la actividad de los preceptores, ambulantes de ciudad en ciudad, que ofrecían la enseñanza apropiada para el ejercicio de las actividades de la ciudadanía y de los cargos del gobierno - especialmente la retórica, el derecho y la política - a aquellos ciudadanos que estaban en condiciones de pagar a esos preceptores los importantes honorarios que cobraban por sus enseñanzas.

Especialmente Atenas - triunfadora principal de las Guerras Médicas - se convirtió en el centro económico, político e intelectual de toda Grecia antigua. Allí floreció especialmente la sofística - denominación derivada del nombre de los preceptores o sophós, sabios - doctrina filosófica que, abandonando el estudio de la Physis, se orientó fundamentalmente a los temas del hombre, la organización social, las leyes, y las costumbres.

El movimiento de la sofística se difundió por toda Grecia, abarcando practicamente a todas sus sociedades. Su orientación general estaba pautada por un gran escepticismo, una inclinación general a someter todos los temas a la discusión retórica, y sosteniendo en definitiva que no había ninguna verdad auténtica, sino que la verdad dependía del poder de persuación con que fuera expresada y la utilidad que tuviera.

Lo más caraterístico de los sofistas era el uso del método dialéctico, mediante el cual se pronunciaban extensas argumentaciones que, más que a la búsqueda de la verdad, tenían por finalidad evidenciar las incoherencias de la argumentación del adversario. El máximo grado de habilidad del sofista, consistía en convencer a su auditorio de algo, para de inmediato demostrar lo contrario.

Los sofistas cultivaban y enseñaban como un componente fundamental de la educación, la retórica, como arte de convencer mediante la palabra. También daban gran importancia a la eurística o arte de polemizar; llegando en su ejercicio a extremos que llevaban a realizar extensas discusiones sobre asuntos totalmente absurdos, sin el menor objetivo de alcanzar una conclusión acerca de nada.

Una de las actitudes más características de los sofistas, estuvo referida a su concepción de la normativa social; considerando que ni la moral ni las leyes respondían a la naturaleza, sino que eran solamente nomos, es decir resultados de las convenciones humanas; por lo cual los hombres podrían establecer un orden social y moral totalmente distinto, sin que con ello lesionaran el orden natural. Con ello, sentaron las bases de la discepancia entre las concepciones del llamado jusnaturalismo que considera que hay reglas jurídicas y morales inherentes a la naturaleaza; y el llamado “positivismo jurídico”, que solamente considera que las reglas están vigentes por imposición humana.

En sentido estricto, y debido tanto a su probable gran número como a su método de actuación, no puede decirse que las doctrinas de los sofistas sean conocidas por la posteridad en forma directa, a través de sus expresiones escritas. En realidad, se les conoce principalmente a través de las transcripciones de sus supuestos diálogos, principalmente las contenidas en las obras de Platón. Entre ellos pueden mencionarse a Hipias, Protágoras, Euridemo, Pródico, Gorgias, Antifonte, Licofón, Trasímaco, Critias y Calicles.

En realidad el movimiento sofístico puede subdividirse entre el de la primera generación, fundamentalmente integrado por Hipias y Protágoras; y la segunda generación cuyos principales representantes fueron Antifonte, Trasímaco, Critias y Calicles. Todo indica que en realidad, la inclinación al pesimismo y al irracionalismo fue principalmente una característica de los últimos sofistas; ya que los primeros predicaban una doctrina conforme a la cual la posesión de mejores conocimientos permitiría cumplir mejor los deberes del ciudadano.

Si bien los sofistas principales - al menos aquellos cuya prédica fue recogida ulteriormente por Sócrates y Platón - actuaron en la Atenas de la segunda mitad del Siglo V A.C., en realidad eran casi todos extranjeros; por lo cual carecían de derechos políticos en la ciudad. Sin embargo, se hacían notar publicamente, porque varios de ellos ejercían funciones diplomáticas como embajadores de sus ciudades de origen, lo que les confería el derecho de hablar en la Asamblea y les facilitaba el trato con todos los hombres prominentes.

En este sentido, es preciso tener presente que los sofistas actuaron en la época de oro de Atenas, y que fueron contemporáneos y frecuentaron el trato de hombres como Pericles, Herodoto, Tucídides, Sófocles, Eurípides, de Fidias, de Anaxágoras y de Zenón.

Los sofistas recibieron juicios altamente negativos, por parte de Sócrates y de Platón, quienes al parecer los despreciaban principalmente por atribuirles un desmedido afán de lucro. Sin embargo, no puede perderse de vista que si obtenían éxito en su medio, de alguna forma quienes aceptaban pagar por sus servicios habrían de encontrarlos valederos. Al parecer, en su medio y época tuvieron su prestigio; al extremo de que se dice que cuando la ciudad de Atenas resolvió fundar una colonia en la península italiana, en Turos, encargó a Protágoras que redactara su constitución.

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Protágoras de Abdera.

Protágoras, que posiblemente vivió entre los años 480 y 411 A.C., pasó a la posteridad por la frase que se le adjudica y que condensaría la doctrina sofística, de que El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son”; que sienta lo que se conoce como la tesis de la homomensura.

Para Protágoras - se dice - ninguna cosa tiene entidad propia, y es por ello que solamente adquieren las que el hombre les otorga. Pone el ejemplo de la enfermedad, que puede ser mala para el enfermo, pero que es buena para el médico que la atiende.

A pesar de que en general los sofistas no dejaron exposiciones escritas, se sabe que Protágoras escribió una obra titulada “Sobre los Dioses”, en la cual sustentaba una posición agnóstica que seguramente no era aceptable en su época; otro llamado “Discursos enfrentados” o Antiologías, y un tercero denominado “Acerca de la Verdad”.

De esas obras han perdurado algunas afirmaciones, tales como la de que acerca de cualquier asunto hay dos posiciones que se oponen entre sí; y la de que debe perseguirse como objetivo transformar el discurso más fuerte en el más débil.

En definitiva, Protágoras postularía una teoría del conocimiento de índole relativista, conforme a la cual el hombre no cuenta con elementos objetivos que le permitan evaluar correctamente los datos de sus percepciones. De ahí que no existan medios para tener seguridad de que lo que conocemos existe tal como lo conocemos, que siempre exista la posibilidad de que los hombres discrepen en torno a toda clase de asuntos, o de que en realidad tampoco puedan llegar a alcanzar certeza en asuntos religiosos, en cuanto a la propia existencia de los dioses.

En su diálogo “Protágoras”, Platón relata un mito en el cual éste trata de explicar el origen del mundo, y el dominio de las artes y la técnica por parte de los hombres. Dos hermanos, Epimeteo y Prometeo recibieron de los dioses la encomienda de darles a todos los seres las cualidades adecuadas para sobrevivir; pero Epimeteo utiliza todas las cualidades disponibles antes de llegar a ocuparse de los hombres, por lo cual Prometeo, para proteger a los humanos, roba la sabiduría a la diosa Atenea y el fuego al dios Hefestos. Es un relato conocido, pero al cual agrega Protágoras que, a pesar de tener esos atributos, los hombres eran incapaces de subsistir, porque no disponían de la sabiduría política; de modo que Zeus envió a Hermes a dar a los hombres el aidós, algo así como el concepto del deber de respetar las leyes de la polis.

En consecuencia, para Protágoras lo que separa al hombre de los animales no es solamente el lenguaje y el dominio de la técnica, sino la capacidad de convivir políticamente.

Las interpretaciones más modernas - sobre todo atendiendo a la valoración de las reglas relativas a la convivencia política, que de todos modos ha sido una de las vertientes importantes de la filosofía en sus orígenes y tal vez lo es todavía más en la actualidad - la concepción de Protágoras, y de la sofística en general, se señala como una forma de resaltar que, en la dinámica de la democracia, debe cultivarse la capacidad de persuadir; a partir del concepto de que si bien no puede afirmarse que la mayoría tenga razón meramente por serlo, de todos modos el mejor curso de acción posible para la sociedad sea aquel que cuenta con el respaldo de la mayoría.


Una lectura especialmente recomendada.

“Luces y sombras de la sofística”, en “Política & tiempo”, de Pablo da Silveira.
Editorial Taurus, Montevideo, 2000.

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Gorgias de Leontinos.

Se adjudica a Gorgias de Leontinos, en Sicilia, que habría vivido entre 484 y 375 A.C., asumir posiciones todavía más extremas que las de Protágoras.

Frente al relativismo que sustentaba Protágoras respecto a que el conocimiento de la verdad era relativo al hombre, y que las cosas no tienen un ser en sí mismas; Gorgias profesa un auténtico nihilismo, conforme al cual la verdad sencillamente no existe, todo se disuelve en la nada. En el campo del conocimiento, no existe una physis, un modo del ser; y en el campo de la moral o de la ética, no existen ni el bien ni el mal.

Se le atribuye - a través de uno de sus diálogos relatados - haber sostenido que “Nada existe. Si algo existiera no podríamos conocerlo. Y si acaso pudiéramos conocerlo, no nos sería posible comunicarlo".

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Sócrates.

Hijo de un escultor llamado Sofronisco, y de una partera llamada Fenaretres Sócrates nació en Atenas, probablemente en el año 470 A.C. y murió en la misma ciudad, en el 399 A.C. Su familia pertenecía a la tribu antióquida de Alópeque, de la polis de Atenas; por lo cual fue ciudadano de ella con todos los derechos políticos. Se educó casi seguramente como alumno de Arquelao, sucesor de Anaxágoras, en la época de oro de Atenas, siendo contemporáneo del gobierno de Pericles; pero a raíz de la Guerra del Peloponeso Atenas se vió ocupada por los ejércitos de Esparta y quedó bajo el gobierno de los Treinta Tiranos. Casado con Xantipa, tuvieron tres hijos. Fueron sus discípulos más destacados Alcibíades, Jenofonte y Platón.

Jenofonte lo describe como un hombre grosero y vulgar; Platón lo elogia de manera destacada y lo considera en todo momento como su maestro; Aristófanes lo incorpora a la galería de los destinatarios de sus sátiras, en su comedia “Las nubes”. Sin duda fue Sócrates un individuo polémico en su tiempo; juzgado por algunos con la superficialidad de apreciación de sus actitudes, propia de quienes no perciben las diversidades y las sutilezas de las ideas y los desarrollos más elaborados del intelecto.

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El método socrático.

Un aporte esencial de Sócrates al progreso del pensamiento y también de la ciencia, lo constituye su descubrimiento y aplicación del método inductivo, consistente en que, a partir de los conceptos individuales, particulares, se llegue a obtener conceptos de validez universal; método que a menudo se resume expresando que es el que va “de lo particular a lo general”.

El método socrático para llegar a la verdad, era el diálogo con sus alumnos, mediante el cual les formulaba preguntas acerca de las cuestiones que planteaba a la discusión, y luego confrontaba y analizaba criticamente las respuestas, hasta que llegaban todos a una respuesta que les pareciera verdadera. La palabra diálogo, precisamente, tiene en griego la significación de la búsqueda del conocimiento entre dos. Es precisamente esta metodología las que muestra Platón en sus “Diálogos”, obra en la cual, recogiendo los dichos de Sócrates sus alumnos, expuso el pensamiento de aquel.

El método de Sócrates de expresa en tres formas:

  • La ironía, mediante la cual, a través de las preguntas, el maestro procura desconcertar al alumno, exponerlo a sus contradicciones, destruyendo su aparente conocimiento, hasta que sea consciente de su ignorancia. Según la “Apología” de Platón, Sócrates descubrió este método cuando su amigo Querefonte preguntó al Oráculo de Delfos quién era el hombre más sabio y recibió como respuesta que lo era Sócrates. Meditando sobre eso, llegó Sócrates a la conclusión de que como él era consciente de su propia ignorancia - lo que expresaba en su también célebre frase “sólo sé que nada sé” - el Oráculo reconocía que su sabiduría consistía en ese conocimiento de la propia ignorancia, que pone al hombre el camino de disponerse a buscar la verdad.

  • La mayéutica, expresión equivalente a “dar a luz” que Sócrates asociaba a la condición de partera de su madre, de quien decía haberla aprendido, en cuanto en vez de aplicarla a los cuerpos, él la aplicaba a las almas. Por medio de ella, aplicando el método de las preguntas y respuestas, se lograba que el alumno encontrara la verdad dentro de sí, haciendo nacer sus ideas innatas, no nacidas.

  • El descubrimiento, resultante del empleo de la mayéutica, cuando a partir de un pasaje de lo oscuro a lo iluminado, de lo particular y accidental a lo general y permanente, se alcanza el concepto universal; que por encima de las particularidades se expresa en la definición.

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La doctrina de Sócrates.

Aunque formado en la sofística, Sócrates se convirtió finalmente en un acérrimo crítico de los sofistas; a quienes expuso a su desprecio, especialmente por recibir dinero por sus enseñanzas. Su pensamiento se conoce solamente mediatizado por los relatos de sus discípulos, porque no dejó ninguna obra escrita. En particular Platón en sus Diálogos es quien ha expuesto sus ideas de una manera más completa; aunque también Jenofonte lo ha hecho en sus obras “Memorables”, “El banquete” y “Apología de Sócrates”. Otra fuente importante acerca del pensamiento socrático, son las referencias contenidas en la obra de Aristóteles.

La idea principal en que Sócrates se apartó radicalmente de los sofistas - al menos respecto de los últimos representantes de la sofística - fue su afirmación terminante acerca de la existencia del Bien y del Mal, sustentando la existencia de valores absolutos, en contraposición con el relativismo de los sofistas; pero igualmente consideró esencial mantener una actitud crítica como medio de alcanzar el conocimiento de la verdad. Sostuvo la diferenciación entre el cuerpo y el alma, considerando que ella es inmortal; y afirmó que existe una inteligencia suprema que gobierna los destinos del mundo.

Pensaba Sócrates que era indispensable apartarse del relativismo postulado por los sofistas, y que para ello era necesario descubrir la existencia de algo universal y objetivo, que no estuviera sujeto a la opinión de los hombres (lo que recuerda, sin duda, el mito de Protágoras). Surge de ello una inclinación hacia la búsqueda de las definiciones de las cosas, tratando de enunciar a su respecto un concepto de objetividad, de tal manera que conforme una unidad que esté presente en la pluralidad; con lo que en cierto modo constituye un retorno a las especulaciones presocráticas que buscaban una explicación racional y única del Universo.

Una definición, según Sócrates, permitiría acceder a la esencia universal y objetiva de las cosas. A la cuestión de cómo sería posible tener la certeza de que esa definición fuera verdadera, respondía Sócrates afirmando que en el alma de cada hombre están presentes de una manera originaria, innata, los verdaderos conceptos de todas las cosas; de tal manera que mediante la introspección es posible alcanzar a descubrir la verdad existente en el interior de uno mismo.

La concepción del alma como aquello que fundamentalmente es el ser humano, adquiere gran importancia en la filosofía de Sócrates; que la considera el centro de la personalidad intelectual y moral del hombre. La introspección es el medio de descubrir la verdad en el interior de uno mismo, por lo cual Sócrates consideraba que su misión no consistía en enseñar determinadas concepciones, sino en lograr que sus alumnos aprendieran a conocerse a sí mismos, en ayudarlos a descubrir el contenido de su propio espíritu para cuidarlo y cultivarlo. De ahí la expresión célebre que Platón pone en sus labios: “conócete a tí mismo”.


La virtud en Sócrates.

Sócrates contrapuso a la escala de valores tradicionales de los griegos antiguos - la fuerza física, la riqueza, la fama y el poder - un valor de índole espiritual consistente en la obtención de la sabiduría por medio del conocimiento de la propia alma.

Para Sócrates, la ciencia o sabiduría que busca el filósofo, es esencialmente virtuosa, mientras que quien permanece en la ignorancia incurre en el vicio. El primer paso para alcanzar esa virtud del saber, es reconocer la propia ignorancia.

El obrar moral del hombre responde a los mandatos que cada uno lleva en su alma. Pero Sócrates introdujo también el concepto de la jerarquía entre los valores, considerando que existe una graduación interna de los valores. Por lo tanto, para obrar justamente, es preciso atenerse a la tendencia del hombre a la perfección que se consigue con el ejercicio de la virtud.

Actuar según la virtud es posible cuando se posee el conocimiento del Bien y del Mal, porque, en tal posesión del saber, la práctica del bien es el resultado espontáneo del obrar humano. El hombre que actúa mal, en consecuencia, no lo hace por ser malo, sino porque está en la ignorancia de la virtud.

La moral que propone Sócrates se origina y se nutre en sí misma; en ella, el obrar correctamente es resultado de la reflexión que el hombre hace sobre las exigencias de su alma, de tal manera que esencialmente se convierte en juez de sí mismo.

Esta concepción del llamado “intelectualismo moral”, es a menudo criticada en función del concepto de voluntad. Pero no se puede perder de vista que, en definitiva, su aporte a la concepción de la regla moral como algo absolutamente íntimo y personal es sumamente valioso, y no significa para nada la prescindencia de la consideración de la existencia de las reglas morales como tales.


Los dioses y los hombres.

Enfrentado al problema religioso, que más tarde en Filosofía será “el problema de Dios”, Sócrates percibe que no es admisible atribuir a los dioses todo el poder y toda la razón.

Considera Sócrates que el hombre posee el poder propio de la razón humana; pero que ésta tiene sus límites, mientras que sólo la razón divina es capaz de pasar más allá de esos límites.

Sócrates critica a aquellos que niegan la existencia de una razón divina, que preside todos los acontecimientos. Pero, en la medida en que considera “insensato” consultar al Oráculo para resolver aquello que los hombres deben resolver por sí mismos - y afirma que eso persigue eludir la propia responsabilidad de decidir en relación a los acontecimientos de la propia realidad - se anticipa a plantearse la cuestión del “libre albedrío”, que será tema de gran importancia para las filosofías posteriores, sobre todo en el cristianismo.

A propósito de una lectura de Anaxágoras referente a su concepto del “Nous” o inteligencia creadora, concluye que existe una inteligencia, que es una sabiduría que habita en todo lo que existe, que ve todo lo que ocurre y que gobierna todas las cosas. La inteligencia está en el origen y en el orden de todas las cosas, como un opuesto al azar.

Percibe con ello la existencia de una gran armonía y coherencia en la Naturaleza; con lo cual se encuentra a un paso de sustentar que existe una inteligencia única y superior, lo que equivale a vislumbrar los fundamentos filosóficos de las concepciones religiosas de base monoteísta. Desde este punto de vista - si bien no fue éste el tema planteado en el proceso que le fue seguido por impiedad - puede pensarse que, después de todo, realmente el pensamiento socrático contenía una amenaza para la religión oficial de Atenas.

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El proceso a Sócrates.

A mediados del Siglo V, en la época de Sócrates, los tiempos del apogeo de Atenas estaban terminando. En el 431 A.C. estalló la guerra con Esparta, la Guerra del Peloponeso, en medio de unas epidemias de peste que mataron a una gran parte de su población, incluído el propio Pericles que era el símbolo vivo de su grandeza.

Los primeros desenvolvimientos de la Guerra del Peloponeso no fueron favorables a los atenienses. De tal manera, hacia el 415 A.C. se propusieron realizar un gran movimiento estatégico y emprender la conquista de Sicilia construyendo una gran flota. Comandaba la flota Alcibíades, un alumno de Sócrates, que formaba parte de un grupo de jóvenes disolutos, ricos y aristócratas, que se caracterizaban por cuestionar las tradiciones.

Pocos días antes de la fecha de partida de la flota, ocurrió que al amanecer se advirtió en Atenas que todas las estatuas de los dioses habían sido mutiladas de sus órganos masculinos; lo que fue tomado como un presagio de derrota. Se culpó a Alcibíades, quien huyó a Esparta y se puso a su servicio. La expedición a Sicilia, fue un fracaso.

En el 411 A.C., Atenas enfrentó una conspiración de la cual resultó el gobierno de los Treinta Tiranos, entre ellos Critias y Carmónides. Su concepción era restablecer en Atenas el respeto a las tradiciones. En 432 A.C., al principio de la Guerra del Peloponeso, se había establecido en Atenas el delito de asébeia o impiedad, que consistía en poner en cuestión la existencia de los dioses. Esta ley se había aplicado a Anaxágoras y al gran escultor Fidias, autor de los principales templos de la ciudad. Al primero por impartir enseñanzas contrarias a la religión en cuanto al Sol y la Luna; y al segundo por haber pretendido divinizarse al representarse a sí mismo, en una estatua de un templo.

Por su calidad de ciudadano ateniense, parece que en varias oportunidades correspondió a Sócrates ocupar los cargos públicos anuales, que se elegían por sorteo. Cuenta Jenofonte que durante la Guerra del Peloponeso, habiendo sido derrotada la flota ateniense, Sócrates se opuso, en nombre de las leyes de la ciudad, a que se juzgara y condenara en conjunto a los jefes de la flota.

En 404 A.C., luego de la derrota por Esparta, el gobierno de los Treinta Tiranos dispuso detener a un ciudadano llamado León de Salamina; para lo cual, siguiendo las normas del caso, se designó por sorteo a 5 ciudadanos para ir a arrestarlo, entre ellos Sócrates que, sin cumplir con ello, se volvió a su casa. Sin embargo, al parecer eso no le ocasionó ningún contratiempo.

Finalmente, cinco años después los Treinta Tiranos habían sido derrocados por el partido democrático de Atenas; restableciendo las antiguas instituciones de la polis. Entre quienes más habían contribuído a ello, se contaba Anito. Según la versión de Jenofonte, Anito había hecho fortuna con una curtiembre que, como todas las actividades productivas atenienses, empleaba esclavos. También Anito tenía un hijo, y al parecer Sócrates le reprochaba la forma en que lo educaba, diciendo que lo estaba educando para ser un curtidor y no un ciudadano de Atenas.

Ante un tribunal de 501 ciudadanos atenienses elegidos por sorteo, Sócrates fue acusado por Meleto, “de no creer en los dioses en que cree la ciudad, de introducir divinidades nuevas, y de corromper a los jóvenes”. La acusación fue secundada por Licón y también por Anito, que parecería haber sido su promotor. Se le imputaba el delito de impiedad; en caso de ser hallado culpable, la sentencia era la muerte por medio de un veneno, la cicuta.

Nacido, criado, habitante y ciudadano de Atenas toda su vida, Sócrates era un personaje absolutamente conocido en la ciudad. La “corrupción de los jóvenes” que se le atribuía, no se refería a otra cosa que a su enseñanza contraria a las tradiciones. Según cuenta Jenofonte, cuando Sócrates demandó a su acusador que mostrara alguno de los por él corrompidos, Meleto mencionó a todos aquellos que había convencido a seguir su autoridad en vez de la de sus padres.

El proceso de Sócrates solamente es conocido por los relatos de Platón y Jenofonte, sus amigos, que por supuesto le tienen simpatía. En el relato de Platón, el discurso de defensa de Sócrates es la oportunidad de exponer su doctrina, según la cual la virtud, la justicia y la verdad no son cuestiones que puedan resolverse según las costumbres, sino conforme a las exigencias de la razón.

En la primer votación, 280 jurados lo consideraron culpable y 211 inocente. Se le requirió que propusiera una pena alternativa de la de muerte, como pagar una multa. Sócrates, considerando que su enseñanza había sido en bien de la ciudad, propuso que como a los campeones de las Olimpíadas, se le alojara en un palacio y la ciudad pagara su sustento. Cuando se hizo la votación acerca de la pena a aplicarle, 361 optaron por la pena de muerte, y 140 por la que Sócrates propusiera como alternativa.

La sentencia de muerte no podía ejecutarse en Atenas hasta que volviera el barco sagrado que había sido enviado a Delos para conmemorar el triunfo de Teseo sobre el Minotauro. Pasaron 30 días, durante los cuales sus amigos le instaron a fugarse bajo su protección; pero Sócrates sostuvo que el primer deber del ciudadano ateniense era respetar sus leyes.

Dicen sus cronistas, que cuando bebió la cicuta, a punto ya de morir, miró a su amigo Critón, y le dijo: “Le debo un gallo a Asclepio; no te olvides de pagárselo”.


Una lectura especialmente recomendada.

“¿Por qué mataron a Sócrates?”, en “Historias de Filósofos”,
de Pablo da Silveira. Editorial Alfaguara - Fundación Banco de Boston.
Montevideo, 1997.

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