Proceso de formación de la personalidad.
La personalidad de cada individuo humano en cuanto él constituye un ser absolutamente peculiar y diferenciable de todos los restantes integrantes de su especie está compuesta de un conjunto de elementos altamente integrados entre sí, que funcionan de una manera coherente. Cumplen diversas funciones en el comportamiento y en la intimidad de su conciencia de sí mismo; que en definitiva dan por resultado una estructura que opera como una unidad específica que conforma su personalidad.
No es posible saber si en el momento de su nacimiento, el individuo humano porta algunos elementos que puedan considerarse configurativos de un componente de personalidad. Cabe admitir especialmente a medida que progresan los estudios acerca de la genética que es muy posible que, de la misma manera que ocurre con muchos otros componentes de su ser (que incluyen factores tales, como por ejemplo la propensión a ciertas enfermedades), al menos algunos factores de su personalidad se encuentren contenidos en la herencia; o sean resultantes de la combinación de componentes genéticos de los progenitores. La psiquiatría admite que ciertas conformaciones patológicas de la personalidad puedan tener componentes hereditarios; aunque también pueden influir en ello componentes derivados del desarrollo de la personalidad en la convivencia con sus ascendientes o con otras personas del ambiente familiar o social, durante su edad temprana.
De cualquier manera, puede afirmarse con certeza que en la estructuración de la personalidad intervienen, de manera diversa y en buena medida aleatoria, componentes que provienen de un fondo hereditario genético, por tanto y componentes que provienen del medio ambiente, considerando éste no tanto en su aspecto físico como en cuanto al medio social que rodea al individuo durante las distintas etapas de su crecimiento y maduración, así como las experiencias que vive y sobre todo los procesos educativos formales e informales que realiza, principalmente pero no exclusivamente en los primeros años de su vida.
El sostenido avance de la investigación científica en torno a la genética, y el progreso realizado por el proyecto del genoma humano, al mismo tiempo que conduce a ciertas conclusiones positivas en cuanto a los factores hereditarios, delimita aquellos factores que no es posible asignar a este origen. En función de tales desarrollos, la separación de las tendencias genetista y ambientalista acerca del origen y estructuración de la personalidad que tuvo un importante impacto en las concepciones doctrinarias del Derecho Penal y la eventual existencia de sujetos con propensión estructural al delito ha ido cediendo terreno en favor de una concepción más bien complementarista, que al tiempo que reconoce la coexistencia de ambos factores, deberá aplicarse a cuantificar adecuadamente la incidencia de cada uno de ellos.
De todos modos, los progresos realizados en épocas recientes en los ámbitos de la psicología, y la psiquiatría especialmente en relación a los transtornos de la personalidad particularmente en el denominado trastorno de la personalidad antisocial (TPA) habilitan a la criminología moderna a considerar la instrumentación de medidas dirigidas a prevenir diversos tipos de delitos vinculados a la personalidad patológicamente agresiva o a la ya de antiguo denominada locura moral, o incapacidad para percibir adecuadamente los valores que deben ser preservados para la convivencia en la sociedad.
En la medida en que se admita que por lo menos algunos componentes de la personalidad tienen un origen genético, podrá concluirse que en el mismo momento de producirse la fecundación del óvulo materno, e integrarse plenamente la cadena del ADN del nuevo individuo, en él se encuentran presentes esos componentes de su personalidad; al tiempo que comenzará el proceso continuado y en cierto modo indefinido de integración de esa personalidad a partir del agregado de los componentes emanados de su interacción con el mundo exterior.
El desarrollo intrauterino promedialmente de 270 días significa para el nuevo ser un ambiente relativamente aislado, donde sus funciones fisiológicas, a medida que van diferenciándose, se cumplen a través del organismo de su madre. En cierto momento, es razonable considerar que la diferenciación del cerebro en el embrión, alcanza en cierto momento un grado que da lugar al surgimiento de ciertos elementos de conciencia de su propia existencia y de respuestas a los estímulos externos; que ya comienzan a conformar un componente de memorización, susceptible de influir en alguna forma en su futura personalidad.
El nacimiento procesado a través del acto del parto configura un cambio de extraordinaria importancia en cuanto al medio vital en que se desarrollara el feto. La propia circunstancia de que el parto se desarrolle por un proceso natural que desencadena un evento de índole casi catastrófica respecto del estado anterior del feto o por procedimientos quirúrgicos eventualmente menos impactantes desde su punto de vista, puede ser un factor de cierta trascendencia.
De todos modos, en psicología clínica se analiza el impacto de ese episodio como un cambio sumamente trascendental, desde un medio acuoso, casi silencioso y sin imágenes visuales variadas, hacia el medio aéreo, lleno de nuevos y estrepitosos estímulos sensoriales, (luz, sonido, temperatura, sensaciones táctiles, movimiento, ciclo fisiológico, etc.) y el proceso eventualmente doloroso y de dificultades vitales del tránsito vaginal hacia el nacimiento; denominándolo trauma de nacimiento.
En el momento del nacimiento, es indudable que el individuo humano posee desde ya ciertos elementos heredados, algunos de los cuales constituyen meras potencialidades pendientes de un ulterior desarrollo. Ciertos factores físicos que son indudablemente producto de su conformación hereditaria, aparecen claramente visibles; tales como sus rasgos anatómicos, el color de su piel o de sus ojos; mientras que otros habrán de desarrollarse más o menos tempranamente en función de su maduración neurológica y muscular, como el habla y el desplazamiento bípedo. Acerca del grado en que el desarrollo de tales habilidades es espontáneo o resulta de alguna forma de aprendizaje, suele mencionarse algunos ejemplos de niños salvajes o niños lobos, que se indica no las desarrollaron, por lo menos hasta que fueron inducidos a ello mediante un aprendizaje.
Entre esos componentes potenciales generalmente para nada ostensibles en el momento del nacimiento o en su primera época de vida se encuentran sus capacidades intelectuales; cuya evolución resulta más tempranamente ostensible cuando existen alteraciones del tipo del autismo o el síndrome de Down.
En general, se acepta que los primeros cinco años de vida de los seres humanos son los más importantes desde el punto de vista de conformar los elementos básicos de su personalidad. En ellos, el niño establece y consolida factores primordiales de su vinculación con el mundo exterior, y desarrolla sus primeras modalidades propias de acción y reacción con el medio social.
Es posible que ese período inicial se establezcan algunos componentes básicos, tanto de lo que puede considerarse una personalidad normal, como de aquella que se encuentre afectada por algunas alteraciones respecto de ese modelo.
En particular, ciertas experiencias vitales esenciales, transcurridas en este período, pueden pasar a integrar componentes fundamentales de la personalidad. Las condiciones de la alimentación según que ella sea obtenida en forma segura y regular, y con adecuada calidad de componentes puede ser uno de esos factores. Indudablemente, el ambiente familiar según que provea los componentes de afecto, seguridad, protección, disciplinamiento, adquisición del concepto de los límites de la acción, oportunidades de desarrollo y expresión, seguridad en sí mismo, etc. constituye un factor de importantísima trascendencia en la conformación de una personalidad equilibrada, bien socializada, emocionalmente estable; o lo contrario.
En ciertos aspectos, esos factores habrán de perdurar durante toda la vida ulterior del individuo; o en todo caso sólo podrán variarse hasta cierto punto, algunos de ellos. Las carencias del desarrollo físico provenientes de una alimentación demasiado pobre en proteínas y componentes minerales, durante la época de desarrollo del sistema óseo y neurológico, difícilmente podrán ser corregidas ulteriormente.
No parecen carecer de cierto fundamento científico las opiniones de algunos estudiosos del tema, que han vinculado el surgimiento de las primeras civilizaciones más avanzadas al hecho de que se tratara de pueblos en cuya alimentación pesaban de manera importante componentes como el trigo (la media luna de las tierras fértiles, Egipto) o el maíz (México, Perú); así como destacan al mismo tiempo las limitaciones intelectuales generalizadas de los pueblos o los estamentos sociales que no disponen de una alimentación suficientemente rica y equilibrada en sus primeros años de vida.
Obviamente, la percepción de que tales factores originan diferenciaciones estructurales en la conformación tanto física como intelectual, no solamente con alcance individual sino eventulmente respecto de toda una comunidad étnica o de radicación geográfica, no configura una actitud de discriminación racial o social; sino el mero reconocimiento de una situación de la realidad, de hecho, a la cual, en todo caso y en vez de asumir una actitud de mera negación, será pertinente procurarle correctivos en la medida de lo posible.
Reiteramente se ha señalado la importancia del amamantamiento materno de los bebés hasta un tiempo adecuado; no solamente desde el punto de vista alimenticio e inmunológico, sino también en función de su incidencia sobre el equilibrio afectivo del niño. Otro elemento interesante, es la vinculación generalmente aceptada que existe entre el notorio incremento de la talla promedial en algunos países europeos luego de la Guerra Mundial II, con el importante mejoramiento de las prácticas nutricionales de los niños.
No obstante, es evidente que el proceso de conformación de la personalidad tiene una etapa de intensa estructuración mucho más allá de ese período de los cinco años iniciales.
Especialmente a partir de los primeros cinco años, en los casos en que la actividad formativa se desenvuelve conforme a lo que debe considerarse la norma, el proceso educativo asume un papel primordial en la conformación de la personalidad, a través del desarrollo del componente intelectual y crecientemente racional. La educación primaria transcurrida entre los 5 y los 12 o 13 años provee de un conglomerado de desarrollos intelectuales primordialmente instrumentales: el perfeccionamiento del lenguaje, la adquisición de las capacidades de la lectura y la escritura y su asociada la expresión oral y escrita cada vez más autónoma; unida a una socialización extrafamiliar determinada por la integración disciplinada a una organización jerarquizada por la existencia de una autoridad externa, legitimada y aceptada. A ello, se agregan componentes de desarrollo intelectual más afinado como las generadas por los conocimientos aritméticos y geométricos iniciales y la inserción nacional emergente del conocimiento histórico, geográfico y cultural, también primarios.
Es indudable, sin embargo, que en las décadas recientes esos factores han soportado diversas circunstancias adversas. El predominio adquirido por los sistemas educativos informales, tales como los medios de comunicación masiva audiovisuales especialmente la televisión, con su elevado porcentaje de dedicación temporaria, especialmente por los niños y jóvenes ha debilitado en alto grado la incidencia de la lectura y la escritura y consiguientemente la expresión autónoma como medios de adquisición de conocimientos y de pautas de conducta.
Factores como la creciente incapacidad expresiva en su propio idioma, la pobreza extrema del vocabulario y especialmente de sus formas de expresión idiomática más sutiles, la desastrosa ortografía; son resultado de esos factores; así, como de ciertas concepciones pedagógicas supuestamente inclinadas a facilitar la espontaneidad. Todo lo cual, sin ninguna duda, incide directamente en el empobrecimiento de los matices y potencialidades de la personalidad, especialmente en las nuevas generaciones.
La adolescencia y la pre-adolescencia constituyen, sin lugar a dudas, uno de los períodos de la vida más trascendentales para la consolidación de la personalidad. A partir de los 13 o 14 años, el proceso de maduración intelectual y fisiológica la pubertad conduce a la consolidación de los componentes innatos y adquiridos, que culminan la estructuración de la personalidad en su condición más firme y duradera. Aunque la propia configuración de algunos de esos componentes podrá determinar en el futuro y a lo largo del resto de la vida alguna medida de variaciones, reajustes y adiciones que, en definitiva, podrán incorporar matices y enriquecimientos, pero dificilmente modificaciones importantes de su estructura fundamental.
Por esta misma circunstancia, se hace mucho más necesario el cuidado de la índole y la calidad de los contenidos educativos formales e informales y de las circunstancias de experiencia vital. Las condiciones históricas imperantes en muchos países especialmente de América Latina a partir de la finalización de la Guerra Mundial II, han determinado la intensificación de la incidencia del uso de los sistemas educativos institucionales, tanto formales como informales, en función de inducir en el proceso de formación de las personalidades juveniles, determinados efectos negativos; ya sea en forma intencional y organizada, o como derivación de las políticas de contenidos aplicadas en función de supuestos resultados de rentabilidad y marketing de los medios de comunicación masiva.
A medida que los jóvenes avanzan desde los 13 años hacia la plena adolescencia y primera juventud, el proceso de su receptividad educativa formal e informal les va poniendo en contacto con componentes cada vez más sustanciales de la vida de relación y de la maduración intelectual de su personalidad. El proceso fisiológico de la pubertad, incorpora a su desenvolvimiento íntimo como a su vida de relación, un componente de especial trascendencia; que sin duda se constituye en un foco de atención altamente competitivo con otros elementos necesarios de su formación personal, especialmente en el plano intelectual y moral.
En este sentido, puede decirse sin riesgo de error grave, que a través de los insumos vitales e intelectuales provenientes del sistema formal de educación, y de los medios de comunicación social, adquiridos en la adolescencia, se consolidará la personalidad, definitivamente; o casi.
En la etapa adolescente, la personalidad incorpora generalmente algunas pautas de inquietud íntima y de comportamiento social, que son resultantes del proceso de auto-afirmación de la identidad; los cuales suscitan situaciones de enfrentamiento con los sistemas de valores y con los sistemas institucionales establecidos de la sociedad. Esa impropiamente llamada rebeldía juvenil, no constituye por sí una situación valorable ni aceptable; sino una expresión de un mayor o menor grado de inadaptación al proceso de consolidación de la personalidad; que los propios jóvenes deben ser capaces de entender, y que normalmente está destinada a ser superada a medida que avancen hacia la madurez, por lo que es profundamente indeseable que sea ocasión de situaciones irreversibles.
Desgraciadamente, existen en la sociedad actual numerosos elementos algunos de ellos absoluta e injustificablemente deliberados que conducen a exaltar como valiosa, a reforzar y a menudo a explotar esa situación inapropiada y temporaria de la etapa de formación de la personalidad en la edad adolescente. Esas actividades propician desde la inducción al desmesurado consumismo económico (modas, marcas, ídolos musicales o deportivos, etc.) hasta la captación ideológica; pasando por la presentación de la violencia y de la promiscuidad sexual como conductas naturales; la generalización de tatuajes, como signo de compromiso; la militancia y la lucha como actitudes valorables y hasta heroicas, el consumo del tabaco, las bebidas alcohólicas o las drogas psicotrópicas, como actividades divertidas; o la degradación del lenguaje hasta los últimos extremos de lo soez, como un componente de la identidad generacional.
En algunos desdichados casos, el deslizamiento de los jóvenes en seguimiento de tales incitaciones, los lleva a situaciones tan lamentables como el abandono de sus responsabilidades de estudio; el abuso de las posibilidades económicas de su familia; la incapacidad de sostener un trabajo estable; la indisciplina, la subversión y aún el delito; el uso irracional de vehículos a altas velocidades, la drogadicción; la promiscuidad sexual con las frecuentes consecuencias de la maternidad prematura, la irresponsabilidad paternal, las aberraciones sexuales o la contracción y difusión de las enfermedades venéreas o el SIDA; sin contar con los que pasan a ser los lamentables héroes, fallecidos, de los radicalismos políticos.
Todo lo cual parece un catálogo truculento y exageradamente catastrófico; pero debe reflexionarse serenamente sobre ello, contraponiéndolo a la situación de los jóvenes que, a partir de una personalidad estable y sólidamente integrada en la sociedad, efectúan exitosamente sus estudios, se incorporan adecuadamente a la vida económica de la sociedad, constituyen una pareja estable sobre la base del amor y del respeto, y analizan las circunstancias sociales y políticas de su país con solvencia y ecuanimidad.
Frente a esas situaciones de verdadero peligro para la formación de una personalidad equilibrada, el grado de desarrollo de una intelectualidad crítica propia, basada en la intensificación de la capacidad de análisis racional y sobre todo fundado en la posesión de un adecuado grado de conocimientos sobre las cuestiones fundamentales; es el único instrumento idóneo para contrarrestar la incidencia de los enfoques deliberadamente deformados a veces involuntariamente resultantes de las deformaciones ideológicas previamente inducidas en los propios educadores en las actividades de educación formal.
Del mismo modo ocurrirá respecto de los contenidos de los medios de comunicación social, determinados frecuentemente por agentes que actúan sin respetar la objetividad en cuanto a la elección y presentación de sus contenidos; o sin establecer debidamente y en forma explícita el carácter editorial de los mismos.
En este sentido, una de las mejores expresiones de la inteligencia, ha de consistir en desarrollar la atención y la habilidad de discernir, en todas las expresiones sobre asuntos de trascendencia vital filosóficos, históricos, políticos, ideológicos, doctrinales, religiosos, éticos, corporativos, económicos, publicitarios, propagandísticos, etc. los componentes implícitos. Es decir, aquellos elementos que no se explicitan, que se dan implícitamente como indiscutibles, axiomáticos; pero que constituyen en realidad la médula del contenido que se trata de implantar en los destinatarios de esas expresiones, y que lejos de ser incuestionables son en sí mismos esencialmente discutibles.
El desarrollo de la personalidad, en cuanto es un proceso vital ininterrumpido, prosigue a lo largo de las alternativas vitales, con diversos matices, en forma continuada.
Generalmente, se sitúa el fin de la adolescencia en torno a los 21 a 25 años, en que se completa la etapa educativa; no solamente de integración social y cultural, sino frecuentemente de habilitación profesional que provee un medio de autosuficiencia económica. En un momento variable según las circunstancias personales, ingresa a la etapa de adulto, frecuentemente se consolida una pareja estable y se constituye una familia, se emprende una carrera profesional, comercial o de otra índole y se trata de cumplir en ella etapas de creciente desarrollo y mejor posicionamiento.
Se produce un afianzamiento cultural, frecuentemente autodidáctico, se desarrollan los gustos personales y las actividades de auto-realización, se producen integraciones en grupos sociales afines (clubes, asociaciones deportivas, etc.); todo lo cual más las otras circunstancias vitales de alguna manera refuerzan los rasgos de la personalidad o eventualmente los modifican, aunque dificilmente de manera total.
Los casos más notorios en ese sentido, son precisamente aquellos de quienes en su comportamiento juvenil han asumido posiciones extremas, radicales, excesivamente idealistas; a quienes el devenir de su vida en madurez los aburguesa moderando ampliamente aquellos extremismos, a menudo insertándolos en el disfrute de buenas posiciones económicas y del prestigio social, del éxito mediático o político, etc.; circunstancias reveladoras de que en realidad aquellas actitudes juveniles eran meras expresiones de la ansiedad por alcanzar tales posiciones.
Esto es muy visible y notorio, especialmente, en personalidades cuya actividad era en sí misma ajena en su contenido y en su profundización conceptual o técnica, a los temas sobre los que asumían actitudes radicalizadas y de protagonismo; aplicando una de las técnicas más insidiosas de la propaganda, el llamado testimonial transfer, consistente en valerse del prestigio ganado en un área para pretender solventar autoridad en otra totalmente distinta: desde la pasta dental recomendada por el astro del fútbol, hasta el candidato político recomendado por el músico exitoso, el literato célebre, o el galán de los teleteatros.
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